LA LEYENDA DE BRILÁRIUM
Como ya muchos saben, ha aparecido la famosa carta de Leyenda que tanto se estaba esperando, siendo la carta 0 de la expansión Iriladia, una carta que no fue revelada al público hasta que apareciera en persona, y así lo hizo en el torneo de Pre Release que se dio el sábado 20 en 2de6.

Esta carta, sin dudas, modifica bastante el meta, dando mucho jugo para todos los arquetipos, aportando mucho control para quien tenga esta carta en juego. A su vez, Brilárium llega con una particularidad bastante interesante, ya que su subtipo aporta un tipo de mecánica propia de juego.
Las unidades del subtipo Leyenda, al ser jugadas y puestas en la pila, deben declarar, como un coste adicional, el subtipo con el cuál ingresarán al juego (por ejemplo: deidad, imperial, sacerdote, ninfa, demonio, etc). No se puede elegir que sea del subtipo Leyenda. Aun así, tanto en la mano, mazo, descarte y abismo, la carta es del subtipo Leyenda.
La leyenda ha llegado al mundo de Indommus, y cada cultura ha tomado su relato y lo ha hecho propio a su manera. ¿Te gustaría leer cuál es ese relato? ¡Acá te lo dejamos!
Muchas y muy variadas historias se cuentan entre las fronteras de los reinos, pero pocas han transcendido tanto como la del Rey Brilárium. La sola mención del nombre transporta a los que lo han oído a un tiempo olvidado del que solo se conservan algunas reliquias. Quien se sienta invadido por la curiosidad deberá aventurarse hacia el Templo Mayor y obtener un permiso especial de los sacerdotes para consultar las pocas páginas originales que allí se conservan. Sin embargo, la mayoría prefiere empinar el codo en alguna taberna y escuchar a los juglares recitar los versos transmitidos de boca en boca. Ya sea persiguiendo algún fin erudito o por mera diversión, quien dé con la leyenda de Brilárium obtendrá mucho más de lo que creía buscar.
Algunas voces aseguran que incluso el instante de su nacimiento se vio envuelto en un aura de misticismo y desafío a las estrellas. Hijo de una dríade y un caballero errante, su llanto primal agitó la copa de los árboles y se unió al trueno de los cielos. Creció en el bosque bajo la protección de su madre. Su padre, empeñado en encontrar a los antiguos Elementales de las Estaciones, partió hacia los confines más lejanos del mundo y nunca regresó. Imitó los movimientos de las criaturas forestales y pronto demostró una gran habilidad en el manejo de la lanza y el arco. Cuando la chispa arcana de su madre se agotó, Brilárium quedó a cargo de proteger su hogar y santuario. Formó el Clan del Ciervo y juró resguardar el bosque junto con toda la vida que albergaba.
La gran foresta lindaba con el reino de Jyardüll, originalmente un pequeño enclave que había crecido con los años ganando terreno e incrementando su población. Jyarkkar, gobernante de Jyardüll, tenía grandes conquistas en mente. Cuando ascendió al poder, juró sembrar las semillas del imperio más grande que se haya visto hasta entonces. Su afán de dominio no conocía límites y por ello no dudó en avanzar sobre el vecino territorio verde. Mandó a sus súbditos a hachar los árboles para expandir las empalizadas y generar más terrenos de cosecha y ganadería. La respuesta de Brilárium fue inmediata y contundente. Aniquilando a los exploradores envió un mensaje a su líder, advirtiéndole que aquel lugar estaba fuera de su alcance e influencia. Sintiéndose ofendido e insultado, Jyarkkar preparó a sus tropas para deshacerse de la molesta plaga que impedía sus anhelos expansionistas. Las tropas, imposibilitadas de usar la caballería en tan difícil terreno, se internaron a pie en las profundidades del bosque. Cuando la claridad del cielo comenzó a dar paso a la penumbra de la vegetación, inició la matanza. Peligrosos depredadores y hábiles guerreros acecharon y exterminaron a los invasores desde los árboles y matorrales. Asustados y divididos, los soldados de Jyarkkar huyeron en todas direcciones. Un pelotón llegó a un claro, creyendo que allí podrían plantar cara a aquel enemigo escurridizo. Pero de entre los gruesos troncos de los árboles gigantes apareció la figura de Brilárium blandiendo su lanza. En una danza mortal liquidó a los incursores, regando con su sangre el viejo santuario.
La victoria fue absoluta. En el fulgor del triunfo, el Guardián avanzó hasta los márgenes de su hogar y observó las altas empalizadas de madera de Jyardüll. Exaltado con el éxito de la batalla, comandó a sus huestes para que asediaran el reino. Lo que comenzó como una defensa viró para convertirse en un asalto total. De nada sirvieron las empalizadas, escaladas como si fueran meros árboles por los ágiles pies de los forestales. Brilárium encabezó el ataque, concentrando su ira en aquellos que habían profanado su recinto y evitando la destrucción innecesaria. El vigoroso guerrero tenía planes a futuro. Cuando llegó a la Plaza de Armas se enfrentó en duelo directo con Jyarkkar. La contienda sacudió los cimientos del reino. La lanza bailó en el aire buscando el punto vital de su adversario, mientras que la espada real se defendía con firmeza y técnica impecable. Sumidos en una contienda feroz, las fuerzas de ambos no parecían disminuir a pesar de los golpes y esquives. Fue un rápido movimiento, como el aguijón filoso de una avispa, el que atravesó la armadura de Jyarkkar y lo dejó desangrándose de rodillas mientras el enorme contorno de Brilárium consumía toda su vista. Aquella noche el estandarte del ciervo ondeó en lo alto del castillo de Jyardüll.
El bosque avanzó sobre el antiguo feudo y se unió en armonía con las casas, torres y plazas. El Clan del Ciervo se transformó en el Reino de Maidal y la noticia pronto se esparció hasta las tierras más lejanas. Brilárium, coronado con el título de Rey y Guardián, veló por la seguridad de sus nuevas fronteras y de quienes las habitaban. La barrera natural impedía que los curiosos se adentraran demasiado en sus dominios, por lo que comenzó a dedicar largas jornadas al estudio de los innumerables tomos que componían la biblioteca del castillo. Una noche, leyendo a la luz de la luna llena, el monarca dio con un arcaico pergamino sellado con los símbolos de Glarium y Huffnur. El texto y sus correspondientes ilustraciones hacían mención a un prístino mito. Hablaba sobre un Espíritu Errante de Verano, una entidad tan poderosa como escurridiza capaz de conceder dos deseos a quienes tuvieran la astucia de hallarle. Los ojos de Brilárium se llenaron de un fuego salvaje. La visión de su padre partiendo en busca de aquellos misteriosos seres volvió a él en un estallido de luces y sombras. Supo en ese instante que su hazaña más gloriosa estaba aún por llegar. Comprendió, así, que ese era su destino.
Esa misma noche se dirigió hacia la sala del trono y miró su enorme sillón de madera y plata. Tomó su lanza, que reposaba sobre el lado derecho, y sintió cómo la fiereza de aquel combate corría nuevamente por su brazo. A la izquierda, la imponente espada de su antiguo enemigo brillaba a la luz de las antorchas. Aquella pieza de botín le perteneció desde el momento en que dio muerte a su viejo dueño. Al principio la conservó como un recuerdo de su victoria, pero descubrió luego que aquella arma despedía una singular energía capaz de estimular a su poseedor en el combate. La tomó con firmeza por la empuñadura y la ajustó a su cintura. Partiría esa misma noche.
Montado en un singular caballo gris bajó por la colina del castillo, atravesó las puertas principales y cabalgó por los senderos ocultos del bosque. Confiando en que Urff, su más leal seguidor y fiel amigo, cumpliría con el cuidado del reino durante su ausencia se alejó más allá de los límites conocidos.
En este punto las versiones de la historia se diversifican aún más. Hay quienes dicen que Brilárium fue capturado cuando quiso cruzar el reino de Loiar y ejecutado por ser considerado un espía. Otros aseguran que, al llegar a la Laguna de los Caminantes, fue seducido por una doncella del agua que lo llevó a la perdición y la locura. Unos pocos afirman que el Rey de Maidal, luego de mucho vagar y buscar, finalmente encontró al Espíritu Errante de Verano. Ante su presencia desmontó y se postró a sus pies, mostrando su respeto al elemental. Dicen que el Espíritu juzgó su esencia en ese mismo instante y lo consideró digno merecedor de sus dones. Donde otros hubieran pedido fortuna y lujuriosa compañía, Brilárium pidió ser eternamente guardián de su reinado y su pueblo. Los que esto creen aseveran que en ese momento su cuerpo mortal quedó fundido con la tierra y finalmente absorbido por la misma, mientras que su esencia se elevó hasta los cielos infinitos conformando una nueva constelación eterna. Ninguna de estas versiones cuenta con las pruebas suficientes para ser confirmadas.
La historia cuenta, sin embargo, que durante el asedio de Maidal por parte del reino de Gullfär, cuando los defensores veían llegarsu hora final, una tormenta se formó de repente sacudiendo el bosque y las murallas. Ante la mirada estupefacta de los gullfärianos, de entre los árboles surgió la figura de un guardián etéreo portando una enorme lanza y una filosa espada. Maidal y su santuario natural sobrevivieron a la invasión aquel día inolvidable. Hoy en día, la caída de aquel próspero reino sigue siendo un misterio, al igual que el destino de su noble líder.