Capítulo VI

Lambert entraba a sus aposentos lleno de furia y de tristeza, empujando una silla que tenía cerca de su puerta, y rompiendo luego un adorno de vidrio que estaba apoyado en la mesa de lectura de su habitación. Amelius lo había perseguido, sabiendo que este estaría desgarrado tras ver el cuerpo de Adler totalmente desfigurado.
– Calma, Lambert, por favor – dijo Amelius, preocupado – no hay que…
-¿Qué? ¿No hay que qué? – lo interrumpió Lambert, quien estaba enceguecido por el odio – ¡¿Acaso no viste lo que ese energúmeno le hizo a nuestro amigo?! ¿Vas a defenderlos luego de haber visto eso? ¡¿Tanto miedo les tienes?!
-Por supuesto que tengo miedo, y sería sabio de ti también tenerlo. Tienen un ejército numeroso, en plena racha de victorias. Se comerían esta ciudad en apenas un año si hicieran un asedio – argumentó Amelius, buscando conciliar el odio de este y tratar de hacerlo entrar en razón.
-¡Eso es lo que me llena de impotencia! Deberíamos… – guardó silencio.
-¿Qué? ¿Qué deberíamos? ¿Qué ibas a decir?
-Nada… Déjame a solas. Necesito rezar…
-¿Estás seguro? ¿Estarás bien?
-¡Si! ¡Vete! – respondió, aún enojado.
Amelius se retiró de los aposentos de este, quedándose unos instantes detrás de la puerta, reflexionando sobre todo lo que estaba ocurriendo. Lambert se arrodilló en el piso, observando hacia arriba, comenzado a susurrar.
-¿Por qué? ¿Por qué no me dijiste nada sobre ellos? Sabías que algo así iba a ocurrir, ¿Verdad? Entonces, ¿Por qué no hubo alguna advertencia?
Lambert seguía observando hacia arriba, buscando una respuesta, mientras unas pocas lagrimas comenzaron a salir de sus ojos, lleno de desconsuelo al notar que reinaba el silencio en el lugar. Finalmente, se recostó sobre su cama para intentar dormir, por el agotamiento que toda la situación le había provocado. La conmoción lo tenía tan agotado que se quedó dormido rápidamente.
Mientras soñaba, se vio a sí mismo, más joven, cuando visitó la ciudad de Wíntalan por primera vez. La ciudad era hermosa y llena de vida, algo que Lambert no estaba acostumbrado a ver, ya que provenía de un sitio más modesto y calmo, con poca actividad comercial, sino más rural. Había sido enviado por el clérigo de su iglesia, que quería que Lambert se instruya en la capital de la fe indommina, donde se hallaba el monasterio que funcionaba como la cabeza de dicha fe. Al unisonó, la ciudad de Wíntalan estaba regentada por el duque Luiscardo, quien era vasallo del Rey Atarantis III, un hombre decente, perezoso, que se encargaba de tener contentos a los nobles de su corte y a los aldeanos, pero no tenía en gran estima a los hombres de la religión Indommus. Cuando Lambert visitó esta ciudad, maravillado por la arquitectura de sus edificios y la cultura local, sintió un profundo deseo de investigar y enriquecerse de todos los conocimientos que Wíntalan podía ofrecerle; se presentó en el monasterio y un párroco lo llevó a último piso del edificio, teniendo que subir más de 5 pisos por escaleras que parecían interminables. Este lo llevó hasta un pasillo mal iluminado, y le ordenó que aguardase allí, sin indicarle nada más. Transcurridos varios minutos, una puerta se abrió y una voz se escuchó.
-¿Lambert? ¿Estás ahí? – dijo la voz.
-Eh… Sí, aquí estoy… – respondió, nervioso.
La voz le ordenó que entrara a la habitación, y allí, Lambert se encontró con una gran biblioteca que parecía ocupar toda la sala entera; jamás había visto tantos libros, por lo que fue algo que lo sorprendió enorme y gratamente.
-¿Estás ahí? Acércate, por favor. Necesito tu ayuda.
Lambert no lograba ver de donde provenía la voz, ya que no estaba a la vista, pero al empezar a adentrarse en la sala, se percató que era todavía más grande de lo que había creído, y así acabó encontrando a un hombre anciano, de espaldas, subido en una escalera y buscando unos libros en el tope de una biblioteca.
-Ah, ahí estás. Ven, toma estos libros que voy a pasarte, así me ayudas. Si no, acabaré cayéndome de la escalera – dijo el anciano mientras se reía.
Lambert se acercó al anciano y tomó los libros que este le iba pasando, siendo varios y cada uno muy pesado. Luego de eso, comenzó a bajar las escaleras y allí pudieron verse los rostros.
-Eres exactamente como me dijeron que serías – dijo, sonriendo – mi nombre es Quádram. Es un placer conocerte – apoyó la mano en el hombro de este y luego le señaló una mesa más al fondo, para que dejase allí los libros.
-El placer es mío, mi señor – asintió Lambert, llevando los libros a la mesa señalada.
-Ah, por favor, no, no me digas señor. Solo dime Quádram.
-Pero, usted es el señor de nuestra fe…
-Sí, ¿Y qué? – lo interrumpió – No tiene sentido tratarse de esa forma. Somos simples humanos recorriendo nuestro camino en el mundo, llenos de ansias de conocer más y guiar a otros a ese conocimiento. ¿No es así?
-Si, pero…
-¿Pero qué? ¿Crees que recorrer el camino del conocimiento deba implicar jerarquías? Si conviertes a la fe en una institución llena de rigor, acabará apareciendo alguien más liberal, alguien que invitará a los creyentes sin imponer condiciones, y allí, allí empezaremos a temblar – dijo, serenamente, mientras tomaba asiento en la mesa y abría uno de los libros que había tomado antes.
-¿El padre de mi pueblo le habló de mí? – preguntó Lambert, extrañado por los comentarios del anciano.
-No, no me dijo nada sobre ti – leía las primeras páginas del libro, cuando levantó la mirada a Lambert y le indicó que se siente junto a él – ¿Qué opinas del Rey?
-¿Del Rey? – se sintió confundido por esa pregunta – No lo sé, vengo de un pueblo pequeño, muy sencillo. No he tenido oportunidad de ver realmente el gobierno de nuestra majestad.
-Eso pensé – asintió mientras reía – toma, quiero que leas este libro esta noche. Mañana volveremos a vernos en esta sala y hablaremos sobre eso – le acercó el libro a este – ahora puedes marcharte. Encontrarás tu dormitorio en el tercer piso.
Lambert tomó el libro, observando la portada de este vio que hablaba sobre la historia del último siglo del continente. Sintió la necesidad de decirle algo más a Quádram, aunque se contuvo, resignándose a solo obedecerlo y buscar su habitación. Pasó el resto de la noche leyendo el libro, hasta que se quedó dormido.
Al día siguiente, Lambert se había dirigido a la cocina del monasterio para desayunar algo, cuando algunos aprendices se acercaron a este para saludarlo y preguntarle sobre su encuentro con Quádram, ya que parecían intrigados por ello. Los aprendices le contaron que Quádram siempre estuvo cerca de todos los miembros de la iglesia, pero había pasado el último mes recluido en esa biblioteca, leyendo tanto como podía hasta caer por el cansancio. Luego esos cotilleos, se encontró con Quádram en la misma sala, como habían acordado la noche anterior; el anciano se hallaba leyendo, absorto completamente en su lectura.
-Mi señor – dijo Lambert, cortando el silencio y el momento de concentración.
-¿Otra vez con “mi señor”? – sonrió Quádram.
-Bueno… Es una costumbre.
-Siéntate. ¿Leíste el libro que te di?
-Sí… El libro también hablaba sobre usted, no me esperaba eso.
-¿Y qué decía el libro? – asintió Quádram.
-Usted creó la orden sagrada, una organización militar al servicio de la iglesia – comenzó a contar Lambert, viendo como Quádram le prestaba atención como si le estuviera relatando algo que este no conociera – y así organizó las primeras cruzadas al continente de Barpulia.
-¿Sabes dónde está Barpulia? En el mapa, quiero decir.
-Sí, está a la derecha, más allá del reino de Brunchorst.
-Oh sí, mucho más allá, ciertamente. ¿Sabes por qué organicé esas cruzadas?
-No… Bueno, digo, el libro relata que fue para acabar con el crecimiento de los paganos que no creían en la religión Indommus – explicó Lambert.
-Los libros dicen varias cosas, pero lamentablemente no siempre son escritos por personas que sepan de lo que hablan. Paso todos los días leyendo tantas horas como dura un día – observó a su alrededor – y siempre me encuentro con cosas nuevas. Acontecimientos que nunca ocurrieron e historias que jamás verás escritas aquí.
-¿Por qué me dio este libro? – atinó a decir Lambert, que ya estaba confundido por la situación, sin entender el objetivo de este.
-Quería que leyeras lo que pasó cuando intenté hacer que la religión sea una institución fuerte y dura, que tuviera reglas y un dogma bastante claro, y castigar a quienes no nos siguieran. Me imagino que conoces la tragedia de Barpulia, ¿Verdad?
-¿El cataclismo? Sí, por supuesto…
-Fue un castigo divino, por toda la sangre que se estaba derramando. Luego de eso comencé a hablar con las deidades y me enseñaron mis errores. No pude disolver la orden sagrada, que ya había cobrado mucha fuerza y se había enriquecido de las cruzadas, y eso es lo que me pesa en mi consciencia hasta el día de hoy, pero… Pero yo aprendí a hacer las cosas de otra manera, una manera correcta.
Lambert se tomó de su barbilla, comenzando a frotarla, sorprendido por las revelaciones de este y meditando sobre eso.
-Barpulia se fortaleció desde esas cruzadas, ¿No?
-Exactamente. En lugar de detener que siga creciendo las filas de personas que no creen en nuestros dioses, solo les di una razón de odio y miedo, un motivo para seguir luchando… ¿Y aquí? La orden sagrada se ha vuelto un elemento inútil, no volví a hacer más cruzadas de ese tipo, así que no tienen ninguna función, pero ya es una unión tan fuerte que no se le puede disolver. Hasta llegaron a prestar servicio al duque Luiscardo, quien supo aprovechar la codicia de estos hombres.
-Claro, se expropiaron lujosos botines de estas incursiones, ¿Verdad?
-Ya empiezas a entenderlo – asiente Quádram – me alegra que estés aquí. Eres como dijeron que serías.
-Otra vez eso – dijo Lambert, nuevamente confundido – ayer dijo lo mismo. Cuando le pregunté si el padre de mi pueblo le había hablado, me dijo que no, pero usted insiste en que yo era como le dijeron. ¿Quién le habló sobre mí?
-Veo que no prestaste mucha atención a lo que te dije recién – sonrió Quádram – fueron los dioses quienes me hablaron de ti.
-¿Qué? Pensé que…
-Que estaba hablando de que simplemente estuve rezando, ¿No?-
-Pues…
-No… Amalam me dijo mucho sobre ti.
Lambert sintió un enorme escalofrío recorriendo su cuerpo al expandir su mente a que efectivamente Quádram había hablado con la mismísima deidad del Sol, Amalam. Comenzó a preguntarse si el anciano estaba senil y tenía alucinaciones, o si hablaba con la verdad.
Su vida cambiaría para siempre a partir de ese momento…