Capítulo IX
Pocos podrán olvidar el día que el cielo se volvió rojo y una enorme nube oscura, cargada de electricidad, envolvió casi a todo el continente entero de Kurayos. Y si no habías logrado darte cuenta de que el cielo estaba trastornando sus colores de manera abrupta, habrías escuchado, de igual manera, el sonido tan ensordecedor de los cuernos que anunciaron su llegada:
Un regimiento de imperiales estaba adentrándose en los bosques de Iriladia cuando ocurrió, avanzando de manera abrumadora, quemando varios arbustos, árboles y todo tipo de vegetación que impedía su tránsito por allí. ¿El motivo? Buscar crear rutas comerciales con las ciudades aledañas, las cuales son interrumpidas por el espeso bosque impenetrable. Varios imperiales ya estaban al tanto de que aparecían animales salvajes que arremetían contra ellos, como si estuvieran bajo el encantamiento de algún hechizo o alguna posesión demoniaca, pero parecían relatos que se contaban entre cobardes o personas que buscaban, adrede, asustar a los más crédulos. Aun así, este regimiento, conducido por varios soldados veteranos, no había escatimado en números para adentrarse a realizar esta tarea, por si aquellos cuentos resultaban ser verdaderos.
Y efectivamente, no se demoró demasiado en ocurrir, cuando Faux apareció con una manada de lobos y una bandada de pájaros que comenzaron a buscar eliminar a los imperiales que estaban más separados del grupo. Incluso, hasta había 2 bueyes que Faux había logrado encontrar cerca, utilizando su dialecto y parte de su magia para ponerlos de su lado en su causa. Los animales lograron derribar y neutralizar a varios soldados, pero la fuerza de estos era claramente superior, tanto en número como protección y armamento, por lo que Faux estaba comenzando a perder la pelea. En menos de una hora, Faux ya se encontraba acorralado contra un conjunto de árboles y formaciones de piedras, que le impedían salir de allí y escapar de los imperiales que lo habían rodeado; varios comenzaron a burlarse de su apariencia, mientras otros pocos estaban muy intrigados y asqueados por ello. Faux ya se había resignado a que era su final, cerrando los ojos y haciendo las paces con su existencia, la cual fue breve, pero dedicada a un propósito que consideró noble y justo. La espada de uno de los imperiales estuvo a punto de cortarle la garganta, pero, entonces, ocurrió:
El cuerno sonó y los soldados comenzaron a mirar a su alrededor, luego mirando arriba, percatándose de como los colores del cielo se habían modificado, y las primeras flechas empezaron a llegar. Decenas de esos soldados comenzaron a caer, y luego aparecieron las valkirias, montando a caballo, con ropas finas y elegantes, pero a su vez cómodas y con apariencia de guerra, masacrando a todos los imperiales que se acercaban e intentaban desafiarlas, sin piedad, con una rapidez casi imperceptible al ojo humano. Faux estaba maravillado, nunca había visto algo que le causara semejante nivel de atracción y estupefacción, quedándose notablemente atónito. En solo cuestión de minutos, las valkirias habían destruido a todo ese regimiento, y una de ellas se acercó a Faux, dispuesta a matarlo también, aunque, cuando se acercó lo suficiente, lo observó con atención.
-Te he visto y te he juzgado. Hoy vivirás.
Eso fue todo lo que dijo, aquella mujer esbelta de cabello amarillento y brillante, como el mismísimo Sol, mientras que Faux se quedó en el suelo, derrumbado por el dolor de la batalla y a su vez en estado de shock al presenciar a aquellas mujeres tan feroces y bellas. Sin dudas, para Faux, sería un antes y un después.
Cuando el bosque de Iriladia se había salvado por la intervención de las valkirias, los imperiales que estaban en plena capital del reino, estaban preparándose para la batalla, aunque todavía no habían visto a ninguna valkiria. Claramente, no sabían que era lo que estaba por ocurrir, ellos creían que sería algún reino cercano que había ido en pos de entrar en guerra. Eran aproximadamente, y sin exagerar, unos 15 mil soldados imperiales que ya estaban preparados a lo largo y a lo ancho de toda la capital, mientras los ciudadanos seguían corriendo para guarecerse dentro de la fortaleza del reino, esperándose lo peor. Vladik, junto a los demás que estaban en la sala de reuniones, salieron del castillo para ir al patio de armas, esperando que apareciera su enemigo de una vez por todas.
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Y así ocurrió, cuando el cielo arrojó unos pocos rayos que impactaron contra algunos imperiales que estaban amontonados, y las valkirias empezaron a descender en caballos voladores y criaturas serpentinas muy extrañas, que tenían movimientos erráticos en forma de zigzag. No eran realmente muchas, quizás 100 o 200, pero su velocidad era imparable y estas empezaron a derribar las primeras oleadas de imperiales. Flechas de arcos y ballestas buscan atinarles, sin ningún tipo de suerte, jamás se había visto una fuerza de semejante dimensión en toda la historia.
El general Grivus buscó organizar a su ejército, para poder encarar a este enemigo, pero no había suerte, no estaban preparados para enemigos que vinieran desde los cielos, era algo inesperado e imposible de prever. Jean Pierre buscaba hacer lo mismo con los suyos, quienes realizaron formaciones de escudos que fueron más eficaces, no para derrotar valkirias, sino para salvaguardar sus propias vidas. Vladik, por su lado, llamó a sus catapultas a que arrojaran piedras a las valkirias, pero era difícil organizar las catapultas sin haberlo previsto, ya que debían buscarlas desde los astilleros. Aun así, sea por desgaste o por una simple cuestión de que había una fuerza numérica abismalmente distinta, las primeras valkirias comenzaron a caer, siendo alcanzadas por algunos lanceros cuando estabas descendían su vuelo para arremeter, o incluso varios arqueros y ballesteros que lograban también atinarles. Fue, en ese entonces, que la mismísima Reina Eluné, la líder de las valkirias, apareció en un corcel volador tan blanco que enceguecía a quienes lo veían, y se acercó a gran velocidad para dar contra Vladik, pero este pudo evadir aquel ataque frontal, incluso logrando agarrar con su propia mano la pierna de Eluné, haciéndola caer al suelo. Ella, ya reincorporada en el suelo, desenvainó su espada y se enfrentó con Vladik, cuando algunos imperiales buscaban dar auxilio a su rey, pero ella los derribaba sin ningún problema. Kyle estaba a una distancia considerable cuando ocurrió todo esto, y estaba desobedeciendo sus órdenes de defender a Vladik, ya que en realidad estaba protegiendo a su padre, quien era demasiado anciano para lograr defenderse de un ataque de esta forma. Kyle tuvo que enfrentarse a varias valkirias que buscaron matar a su padre, aunque, misteriosamente, parecían no querer entrar en pelea contra el guardia de armadura dorada.
La lucha entre Eluné y Vladik fue intensa, pero breve, ya que Eluné derribaba sin complicaciones a los pocos soldados que se percataban de que Vladik estaba en apuros, y este era demasiado orgulloso como para realmente ponerse a gritar que necesitaba ayuda. Cuando finalmente ya estuvieron frente a frente, cruzaron espadas unas pocas veces, y Eluné pudo derribarlo con una gran patada a su pecho, cayendo al suelo. Eluné tomó de la nuca a Vladik y lo observó con una mirada llena de odio y desprecio. Sin decir absolutamente nada, se limitó a ensartar su espada contra el estómago del monarca, dejándolo caer al suelo luego de ello. Eluné volvió a subirse a su caballo volador, y, al emprender vuelo, hizo sonar su cuerno, indicando que habían cumplido su misión allí; todas las valkirias empezaron a retirarse, y así como llegaron, desaparecieron. Se calcula que hubo más de 4 mil bajas aquel día tan extraño y fatídico para el joven imperio de Kurayos, con la pérdida de su monarca y líder, el sanguinario Rey Vladik, quien tuvo que arrebatarle los reinos a su hermano para poder gobernar.
Finalizado ya todo el conflicto, Grivus y Jean Pierre pudieron percatarse de que Vladik había muerto, observándose de manera confundida y sorprendida por lo ocurrido. Por otra parte, Kyle se sintió extrañamente aliviado por lo sucedido, sintiéndose libre de poder irse y dejar de obedecer al tirano de Vladik. Por supuesto, este sabía que Grivus lo obligaría a seguir prestando servicio, pero aprovechó todo el embrollo y el ruido para escapar junto a su padre, no sin antes, de manera también sorpresiva, sintiendo el impulso de liberar a Gorat de su calabozo. Nunca le había caído bien, pero sintió la obligación de hacerlo, supongo que empatizando con el semejante acto de crueldad que había tenido que vivir. Gorat le juró lealtad por rescatarlo, y los tres huyeron de la capital.