Capítulo VIII
Consecuencias
Tras días de caravana, los imperiales finalmente habían arribado a la ciudad de Kurayos, donde el mismismo Vladik los estaría esperando en la plaza central, cercana al palacio, rodeado de una imponente escolta de guerreros de élite que protegen a su majestad. Grivus fue el primero en bajarse de su corcel, dirigiéndose hacia donde estaba situado Vladik, quien lo esperaba subido a su caballo, pensativo y con un rostro que demostraba estar decepcionado.
Los ánimos durante el viaje no fueron los mejores, especialmente luego de la confesión de Gorat, a quien se le había escapado el hecho de que mató brutalmente a uno de los vicarios del monasterio. Grivus sabía que, contarle esto a Vladik, haría que ponga el grito en el cielo, así que ya estaba preparándose mentalmente para el confrontamiento. Por su parte, Kyle también comenzó a acercarse a su majestad – después de todo, es el guardia personal del monarca –, en cambio, Gorat, estaba junto a sus hostigadores, aguardando en una posición más alejada.
-Bien, vuestro viaje ha tomado su tiempo, ¿verdad? – rompió el silencio rápidamente, quien estaba ya irritado de esperarlos.
-Su majestad, me complace volver a verl…
-Basta – interrumpió Vladik – responde mi pregunta.
-Bueno… Sí, ciertamente nos ha llevado más días de lo que creíamos originalmente. Lleva razón en ello.
Vladik asintió y observó a Kyle, quien se acercaba para colocarse cerca de su persona. Mirando su rostro, enseguida pudo percatarse de algo.
-De acuerdo. ¿Qué sucedió?
-Eh… Bueno… Lo que pasó es que, logramos cerrar el trato que usted quería con las santidades, pero, el caudillo Gorat acabó matando a uno de los hombres de la iglesia durante la noche.
-¿Ah sí? – comenzó a repartir su mirada entre la caravana, hasta dar con Gorat, y le hizo una señal para que se acercara.
Gorat se sentía ligeramente asustado de lo que se venía, pero ya se había hecho la idea de que recibiría un castigo, probablemente e incluso la mismísima muerte, pero no sintió tampoco deseos de esconderse ni huir, sino, más bien, simplemente aceptar su destino y hacerse cargo de su responsabilidad.
-Así que asesinaste a un miembro de la iglesia. ¿Algo para decir? – dijo Vladik, seriamente, pero con calma.
-No solo lo asesiné – dijo Gorat, mirando a Grivus y Kyle – le destrocé el rostro a golpes duros.
Vladik bajó la mirada unos instantes, conteniendo el aire, y finalmente exhalándolo, como si se sintiera profundamente frustrado y exhausto.
-¿Saben por qué los envié allí?
-¿Cómo, su majestad? – preguntó Grivus, quien no lograba captar la naturaleza de esa respuesta.
-La realidad es que quería a la iglesia indomina de nuestro lado, para afianzar nuestra posición sobre el continente. Los tiempos están cambiando, caballeros, los pueblos están más hambrientos de… creer. No como nuestra nación, que se ha criado sin dioses ni adoraciones.
-Me hago responsable de este fracaso, su majestad – dijo Grivus, apenado.
-No será necesario. Está claro quien es el único culpable de este acontecimiento.
Gorat tomó aire de forma brusca, aceptando que estaría por decir algo relacionado a él.
-Gorat, castigarte a ti sería demasiado sencillo, y francamente ya me hartado de tu estupidez. Has tenido ya algunos actos así en el pasado, y he hecho la vista gorda, ya que eres un guerrero excepcional en el campo de batalla. Pero no, no te castigaré a ti, no te lo haré tan fácil. No escaparás de esto.
-¿Eh? ¿Cómo? – balbuceó Gorat, quien no estaba comprendiendo si sería castigado, o no.
-Capitán, traiga a su familia ahora mismo – exclamó Vladik, dirigiéndose a uno de los soldados de la escolta que los rodeaba.
-¿Mi… mi familia? ¿Qué? – alzó la voz El Bruto, que comenzó finalmente a mostrar desesperación, lejano a la postura de aceptación que estaba manifestando.
Los soldados siguieron las órdenes del capitán, que dio las instrucciones a partir de lo que el Rey Vladik le había dicho. A los pocos minutos, unos soldados traerían a los forcejeos a una mujer y dos niños.
-¡No! ¡Espera! ¡¿Qué está haciendo, señor?! – gritó Gorat, dejándose ganar por el temor.
-Átenlos contra los postes del escenario – señaló la tarima que estaba cercana a ellos.
Estaba claro que era lo que iba a ocurrir; ese escenario ya había sido protagonista en una infinidad de situaciones similares a esta, e incluso, el mismismo Gorat había actuado en verdugo en una o dos ocasiones. Aun así, está claro que, El Bruto, jamás habría imaginado que le tocaría presenciarlo con miembros de su familia.
Por su parte, Kyle y Grivus observaban, perplejos, llenos de incomodidad y lamentándose que las cosas fueran a suceder de esa forma.
Los soldados subieron a la mujer de Gorat y sus niños hacia la tarima, mientras estos forcejean y buscaban soltarse, por supuesto, sin éxito alguno. Mientras tanto, Gorat estaba histérico, gritando y suplicándole a Vladik que se detuviera, pero este no parecía tener intención de parar. Igualmente, el monarca estaba sereno, no se lo veía ni enojado, ni emocionado por lo que estaba por pasar.
Finalmente, los hombres habían atado a la familia de Gorat, y Vladik sentenció:
–Quémenlos.
El capitán tomó una antorcha encendida que un soldado le había pasado, y la acercó hacia el poste, que ya tenía un rejunte de paja alrededor, para que el fuego se propagara con rapidez. Lo siguiente que ocurrió, fueron gritos horribles de estos, que empezaron a sentir como su carne se quemaba.

-Que este dolor sea tu castigo – dijo Vladik, quien contemplaba ese espectáculo, mientras que Gorat estaba en el suelo, derrotado completamente y con la garganta arruinada por tanto gritar – seguirás luchando en mi ejército, pero, en lugar de dormir en tu hogar, lo harás en mis calabozos. Cuando crea necesario quitarte de allí para llevarte a la guerra, volverás a ver la luz del día, hasta que esa guerra termine y vuelvas al calabozo – dirigió su mirada a este, mientras finalizaba su oración.
Grivus observaba el brutal castigo sintiendo un inmenso dolor de cabeza, tapándose también la boca y la nariz por el olor. Kyle, en cambio, se había dado vuelta para no presenciar un acto tan cruel, pero Vladik se percató de ello y lo forzó a volver a mirar. Teniendo que obedecerle, retomó la mirada, sintiéndose impotente y enfurecido.
Varios minutos después, Vladik ya se había cansado, dando la orden a los soldados de llevarse a Gorat al calabozo.
-Bien, vayamos al palacio. El duque Maximilian y el conde Kredreux han venido para reunirse con nosotros.
-¿Mi padre? ¿Está aquí?
Vladik se limitó a mirar a Kyle, haciendo que, dicha mirada, sea suficiente respuesta, o como una forma de decir “creo que fui claro”. Grivus se sintió incómodo, puesto que no esperaba una reunión tan pronto.
Los imperiales ingresaron a la sala del consejo, donde había una mesa de fino roble que era gigantesca, y allí, había una infinidad de mapas del territorio, con distintos objetivos marcados.
Jean Pierre Maximilian, duque de Fakria, y Patrikus Kredreux, conde de Banderlei y padre de Kyle, aguardaban allí, sentados, ansiosos.
-Bien, espero que no hayan esperado demasiado – dijo Vladik, siempre dispuesto a romper el silencio sin tapujos y de manera apresurada – tuvimos que ponernos al día sobre la comitiva enviada a Wíntalan.
-Oh, de ninguna manera se sientan ofendidos por ello, entendemos – exclamó Jean Pierre, con su acento extranjero.
Las tierras de Jean Pierre habían sido conquistadas recientemente, en una campaña militar sumamente exitosa que fue hecha en el sur. Vladik destronó al antiguo monarca de esos lares, anexando ese ducado para sus dominios, y dejando a Jean Pierre a cargo de ellos, siendo antiguo miembro de la corte de dicho monarca destronado.
-De acuerdo, siéntense todos, así podemos empezar esta conversación – dijo Vladik, mientras se quitaba su capa, para estar más cómodo con sus ropajes.
-Bien, ¿Cómo salió entonces los arreglos con las santidades de la iglesia indomina? – preguntó Patrikus.
-No salieron – sentenció Vladik – siguiente tema.
-¿Eso es todo? – preguntó Jean Pierre – ¿Qué ocurrió?
De manera similar a como lo había hecho con Kyle antes, Vladik reposó su mirada en Jean Pierre, como dejándole en claro que su palabra era final y no debía porqué cuestionarla. Este, sintiéndose amedrentado por ello, se disculpó.
-Bueno… Entonces, tratemos cómo proceder con la campaña militar al oeste. ¿Haremos un desembarco en Barpulia con el ejército real? – dijo Patrikus, cambiando de tema velozmente para ahorrarle el mal momento al duque.
-¿Cómo le fue a la legión que enviamos a cargo del comandante Lujer? – dijo Grivus, quien estaba al tanto de dicha misión, pero llevaba desactualizado desde que partió a Wíntalan.
-No muy bien, al parecer encontraron más resistencia de la que habíamos imaginado – respondió Jean Pierre – pero vieron que la reina no es un líder con una posición muy fuerte. Lujer creé que, con el ejército real, deberíamos poder doblegarlos fácilmente, pero claro, está los costes de tener que movilizar a todo el ejército a través del mar.
Mientras los imperiales estaban conversando, un gran estruendo se dejó escuchar en las afueras del palacio, como si alguien hubiera hecho sonar un imponente cuerno. Estos se pusieron de pie al oír eso, acercándose a las ventanas de la sala para observar que estaba ocasionando semejante ruido. Allí, fue cuando vieron la gran sorpresa de ver cómo el cielo se había tornado con unos colores espantosos, llenos de rojo y negro, además de rayos que caían sobre el reino.